sábado, 8 de mayo de 2010

LA PIEL DE LA TERNERA




Otoniel Natarén Álvarez, uno de los poetas jóvenes más prometedores, nació en El Progreso, Yoro, en 1975. Reside en La Lima, pero trabaja en San Pedro Sula, y también estudia la carrera de Letras en la UNAH-VS. La piel de la ternera es su primer volumen lírico, segundo de la colección Poesía de mimalapalabra editores.



Poemas de La piel de la ternera





DONDE SE SIENTAN LAS VARONAS

Nadie te observa,

nadie te recorre,

como si probaran de ti el color salado,

como si el viento ocultara secretos duraderos

mientras se disipa el aire que alivió nuestros fuegos.



Éste es el presente dado a la escarcha:

el descanso de la olvidada.



Aquí está la semilla que rechazaron las aves;

el muérdago, para quienes observan

los troncos y las ramas.



¿Cómo se llega a lo inevitable, varona?

¿Cómo se llega con esa pupila de rostro desencajado

quien te visita desde sus uñas, rara;

desconocida, porque no la conoce nadie,

incrédula, porque no cree en las edades y en las

desgracias;

viene con la mano de las dudas a tocar su cuerpo en

tus plumas.

¡Y pasó esto!, y, ¿cómo pudo pasar? ¡Qué hiciste!

Entró su cigarro nervioso;

entró a preparar café.



También fue harapienta y también fue perfumada

con la noche,

vino a palparlo todo.



Todos los riesgos los traía el hambre,

y todas las hambres se pudieran calmar.



¿Dónde queda el abismo,

la monotonía, y conserva un rumor parecido?



Por aquí se padece; se tirita en ese seno duro, el

ocaso:

sobre todo la obscuridad, hija de toda la nieve.



Allí aparecen las torres,

las refinerías, las luces,

el olor aceitoso de alguna rememoración,

y por algún resquicio, la silenciosa Eva, sonríe:

para ninguno fue creado el descontento.



Cruza la hoja palmeada,

el estuario,

reinas de vidrio en las ventanas;

ese sabor a pan de la humareda golpeando

en la alfombra de los autos.



Nada hay, abreviado, que no pueda influir en el

instante.



Hay quien murió engañado, y subió la pendiente;

y quien compró a este Señor los lagartos,

y quien se llevó uno de tus vestidos,

y otro, tu brazalete,

pero nadie sabe recordar la copla solitaria de tu

boca.



Debió ser tanta profundidad, tanta rueda,

tanta multitud dispersa por estas temperaturas,

y estos restos y estos caminos donde todo se olvida.



Por allí las cáscaras,

la visión cansada,

la adhesión excedida;

por herrumbre, por los viajes rutinarios.



Allí se vive enroscado a los rieles,

se habla a la hojarasca, se transcurre,

como si retrocedieran aquellos días a su escondrijo,

en cada vagón oxidado, con la misma penumbra.



En ella había una caricia que nos hacía falta.

Ella era de todos, y también era de nadie.

Abrazamos sus pasiones y sus besos desdichados.

¡Basta, entonces, de hablar con culpa en los

comedores!

¡Basta de señalar con culpa desde la estación de

espera!



¡Vayamos a ver lo nefasto,

vayamos a ver y tocar!



Por allí, en los bordes, se encuentra el osario.





ELLA

¡Cuántas veces la mozuela besa

y se reparte en el mundo su sonido!



La mujer se repite; la misma intensidad;

se acuesta, y el reposo la desgarra.



Está allí y observa, dormida, los astros,

se funde a las paredes o se sostiene de los muros.



Su boca espera,

responde a cierta sintonía,

responde blanda, y todos la toman,

y no se quisiera concluir la noche,

y no se quisiera despedir ninguno,

pero, viene la hora.



¡Despierta, despierta!, y también despierta la

serpiente.



Sale a la luz esa mujer, con la piel nueva,

extiende todas sus manos y consulta los relojes;

allí vienen todos los relojes con la hora imprecisa.



Se aleja y vuelve; y vuelve a desprenderse.



Ya no se fundirá al granito;

y pudiera esperar y pudiera besar infinitamente.



Es el rompimiento.



Ven a ver cómo se marcha.

Ven a ver una bandera tragada por las olas.



Los diluvios vinieron a destruirla,

a impedir el sueño;

y, ¡debiera retirarse!, dicen todos,

y se despedaza llorando.





LA PIEL DE LA TERNERA

Aquí comienza el libro,


los llamados de la piel;

de aquel encierro,

de aquella mujer;

el mismo deseo, el mismo encadenamiento,

cual si la bestia fuera,

cual si la bestia es,

donde desbocan los caballos.



Dios nos ampare a todos.



Dios se apiade cuando se frunza nuestra madera

y sólo el libro sobreviva.



Vayamos todos los demolidos,

los crápulas,

a reconocernos en nuestros cerrojos,

con las ventanas abiertas de nuestras almas

libertinas.



Vayamos a ser verdaderamente hipócritas

puesto que nada nos conmueve,

y trotamos el mundo, fementidos y rufianes.



Pero, algo guardamos del abandono;

porque algo nos conmovía;

algo nos llenaba de las ternuras,

y aunque, arrojados del seno,

alguna verdad se nos presentó amable,

para cumplir los días,

para tocar sus trompetas,

con nuestras supremas pieles en los supremos

pabellones,

cuando la voz le cante,

a ella carnal, sufriente, corruptible;

blanca y verdadera.


(Tomado de mimalapalabra)