miércoles, 12 de mayo de 2010

MI MAMA ME MIMA, CUENTO DE KALKI MARTINEZ




Los restos de tiza, desprendidos de la barra al deslizarse sobre la pizarra, a veces caían sobre su pantalón. Temblaba. Podía escuchar atrás a los demás compañeros cuchichear, mientras, sin verla a ella, imaginaba sobre él la sombra alargada que todos trataban de evitar. Podía imaginar la pesadez de la regla rústica que en más de una ocasión le habían descargado. “Culito de pollo,” le habían dicho, y después tuvo que esconderse al llegar a su casa, para que no viesen reventadas sus yemas y uñas, porque, pensaba él, si se daban cuenta, la tunda podía ser doble.

Seguía ahí temblando, y con su brazo trazaba la oración que ella le había explicado el lunes. Hoy era viernes, y todos debían saberla. El había estado atento. No divagó nunca ni cuando, el miércoles, Tato le enterró en las costillas el lápiz grafito para que saltase cuando la maestra los regañaba por andar sucios. Se había mordido los labios para callarse y sólo se movió un poco hacia adelante.

--¿Qué pasa, no sabe la lección? --preguntó mientras él alcanzaba a escuchar el golpe seco de la regla contra la palma de la mano.

--¡No es eso, maestra! --le dijo y de un solo tirón e, impulsado por el miedo, terminó la oración a la que más de algún niño gritó: ¡va pal cielo!, al descubrir la falta de horizontalidad de los caracteres trazados sobre el pizarrón.

--¡Muy bien! --dijo, y les preguntó a todos: ¿Qué dice aquí? Todos gritaron: MI MAMA ME MIMA.

¡Excelente! --dijo ella, mientras el niño, sudado y sucio, respiraba con calma, libre de pavor.

Esa tarde iba alegre. No lo habían golpeado ni dicho nada en la escuela. Llevaba intacto los dedos y no había conocido la burla. De un puntapié, abrió la puerta trasera de la casa. Su sombra, proyectada por la luz que venía del patio, le impedía ver adelante a su madre. Reconoció la figura en medio de la hiriente luz. Corrió a abrazarla.

-¡Mami¡ --dijo, mientras ésta le daba una bofetada.

-¿Por qué tiras la puerta? -le reprochó.

--¿Es que…, es que…?

-¡Callate! –le gritó y volvió a golpearlo.

El niño, tirado en el suelo, comenzó a quitarse el uniforme. Estaba más sucio. Había dejado de llorar. Pensaba aún en la gloria matutina de la escuela. Se decía bajito: Mi mamá me mima, mi mamá me mima, pero ni aún así entendía la oración, él sólo sabía que algo le dolía y le oprimía el pecho. Se levantó del suelo y se fue a lavar su uniforme.