viernes, 7 de mayo de 2010

ENTREVISTA CON DENNIS ARITA



"Después de leer Final de invierno, el primer libro de cuentos de Dennis Arita, y de escribir una reseña (que no "análisis", señores ignorantes, con todo el significado que esa palabreja contenga), decidí enviarle vía e-mail unas preguntas al autor. Un par de días más tarde, vuelve el e-mail con mis preguntas y sus respuestas, que creí prudente dividir en dos partes. En la primera, que viene a continuación, se habla casi exclusivamente de H y su literatura, y finalmente, de aquel grupo de amigos llamado Arlequín, al que perteneció Arita. Leamos entonces." (Palabras de G. Rodríguez, editor de mimalapalabra)


¿Cuál es el estado actual de la narrativa hondureña? ¿Qué signos y síntomas podés observar?


Para comenzar voy a decir algo que puede parecer brusco. No soy experto en literatura y apenas he publicado un pequeño libro de cuentos que sólo se vendió en dos universidades y en una librería sampedrana. Es posible que algunos ejemplares sigan ahí. Si me limito a los últimos cinco años, me ha alegrado que se publicaran algunas buenas narraciones de autores de la zona norte. Por desgracia soy algo haragán y no he investigado a fondo qué textos narrativos interesantes han salido en otras regiones del país.
Algunas narraciones les hacen la contra a esas dignas publicaciones. Las raras veces que voy a las librerías, porque casi nunca me ajusta para comprar libros nuevos y prefiero los usados que hallo por puritita suerte cuando hurgo en los estantes de los librovejeros, me he encontrado con ciertas sorpresas: novelas y cuentos recientes de hondureños que se atreven a agarrarse a macanazos con géneros inesperados como la ciencia ficción, el melodrama más barato y cursi, las investigaciones policiales... para todos da el Señor. Los vicios, o a saber si las virtudes, de esos libros son su redacción atolondrada, sus lagunas de lógica que los hacen parecerse a los balbuceos de un recién nacido, sus argumentos que buscan abarcar el universo y se quedan en relajos en todos los niveles: oraciones, párrafos, capítulos... libros enteros, incluyendo solapa, portada y contraportada, sin olvidar la foto del autor. Si esas novelas las leyera un público mayoritario podrían aumentar exponencialmente el número de los locos.
Los gringos dicen "so bad it's good" para hablar de productos muy tontos que no logran ser repugnantes porque su increíble torpeza los vuelve divertidos. Esos libros de los que hablé ahí arriba pertenecen a ese sector especial del mundo de la creación.
Desde mi punto de vista, que al rato no es del todo creíble, en Honduras se escriben algunos libros muy buenos que merecen ponerse en estantes destacados de librerías extranjeras y otros tan malos que hasta divierten. En casos muy raros me he topado con textos narrativos hondureños pésimos que no son para nada entretenidos y más bien me han causado un temor profundo... como de cosa preternatural. Esas veces puedo decir que he visto el abismo abrirse bajo mis pies.


¿Creés que es cierto eso de que Honduras es un país de novela sin novelistas?


No entiendo del todo la frase "Honduras es un país de novela sin novelistas", pero supongo que se refiere a que en Honduras abundan los temas para escribir novelas, pero los novelistas hondureños no han aprovechado esa riqueza para escribir muchas narraciones. Me parece que la frase encierra un significado más profundo y agrio: en Honduras abundan los hechos peculiares, digamos que hasta inverosímiles, o sea la clase de sucesos que son materia prima de la novelística, y que esa asombrosa materia en bruto no les ha llamado la atención a multitudes de novelistas.
También supongo que la frase da por sentado que esos textos deberían ser buenos. Si es así, supongo que la frase es verdadera porque el país ha tenido pocos novelistas e incluso menos que exploren a fondo una realidad increíblemente variada y rica en toda clase de sucesos que llenarían bibliotecas completas.
Creo que la verdad es más trivial. Falta formación y disciplina. En Honduras la educación es defectuosa y más la formación humanística. La gente lee poco por esa razón y un poco menos porque los libros son caros o porque no están disponibles en todas partes, y ya se sabe que leer muchas veces origina el deseo de redactar textos. Además, muchos de los escasos individuos que se dedican a escribir novelas son indisciplinados aunque les sobre imaginación.
Al fin y al cabo escribir novelas y leerlas no es tan vital… es una forma de pasarla bien. Son hasta cierto punto instructivas porque nos ayudan a conocer aspectos de la realidad que de otro modo no conoceríamos. Pero si nadie escribiera novelas ya hubiéramos inventado otra forma de entretenernos.


Si pudieras enumerar algunos, ¿cuáles serían los grandes temas de la narrativa hondureña en toda su historia?


Mejor aclarar primero que siempre he sido un lector desordenado y eso no sólo me ha impedido conocer completamente la literatura hondureña, sino la literatura de cualquier otro país. No tengo un programa de lecturas que siga al pie de la letra, como aquel personaje de La náusea, de Sartre, que planeaba leer a todos los autores posibles en orden alfabético. Se me hace que mis lecturas de narrativa hondureña han sido, digamos, pocas y sobre todo me he dejado llevar por el azar. Después de aclarar eso, podría decir que en los libros de narrativa hondureña que he podido leer, dos temas muy importantes son la vida rural y los conflictos sociales en las ciudades.


¿Creés que ya dejamos atrás el costumbrismo y la tendencia al llamado “realismo mágico” los narradores hondureños?


No encuentro nada perjudicial en el costumbrismo, que tiene pinta de ser una categoría inventada para que los redactores y lectores de historias de la literatura se sientan cómodos. Si un autor es talentoso y disciplinado puede crear ahorita mismo excelentes novelas costumbristas, escritas con fluidez, agradables de leer, amenas y quién sabe, hasta poderosas. El realismo mágico es otro cuento. No se mantiene vigente como creo que sí se mantiene el costumbrismo y más parece una moda que si es mal adoptada puede dar textos narrativos flojos.
Respecto a lo que me preguntás, creo que el realismo mágico influyó en varios autores hondureños y que ya desde hace un tiempo ha sido a medias abandonado en favor de otras búsquedas literarias. El problema es que algunas de las nuevas búsquedas con el tiempo podrían ser también modas pasajeras y a veces dañinas.


¿Surgen, o han surgido en su momento en Honduras, obras de narrativa verdaderamente innovadoras que puedan, o pudieron, ponerse a la altura de la mejor narrativa publicada en el resto del mundo?


Pues tendría que averiguar qué significa "mejor narrativa" o qué narraciones pueden considerarse las mejores. Puede que salga más fácil hacer una pequeña lista de los mejores libros de narrativa mundial y ver si los textos narrativos hondureños pueden compararse con ellos. Falta saber con qué criterios haría esa lista. Lo mejor que podemos hacer es ponernos a leer y observar y luego escribir un buen libro. El tiempo y la publicidad efectiva pueden convertirlo en un texto conocido incluso más allá de nuestras fronteras.


¿Cómo creés que observan, aunque sea de lejos, la narrativa hondureña los lectores norteamericanos o europeos? ¿Creés que nos siguen viendo como eternos habitantes de la periferia de Macondo o de Comala?


Sería muy atrevido si dijera algo respecto a la opinión que los europeos y gringos tienen de nuestra narrativa. Ya ha sido bastante temerario haber respondido a las preguntas anteriores, considerando que sólo he publicado un libro de cuentos que casi nadie conoce. La verdad es que no tengo la menor idea de lo que piensan de nuestra narrativa los lectores europeos o estadounidenses.


¿Qué queda de Arlequín, aquel mítico grupo de amigos, excelentes lectores y críticos mordaces?


Me queda un buen amigo, Marco A. Madrid.
Estoy seguro de que no existió como grupo con un nombre determinado y estoy más seguro de que no es mítico. El nombre que le han dado, con cierto aire burlón en algunos casos, salió de un boletín y de una sección cultural que publicaban algunos de esos amigos en un diario de San Pedro. En todo caso éramos unos cuantos camaradas que de 1990 a 1997 ó 98 nos reuníamos para charlar sobre cualquier tema mientras tomábamos café y a veces -muchas, me temo- no hablábamos de nada realmente importante o, en mi caso, decíamos muy poco. Nos prestábamos libros, veíamos películas, las comentábamos, algunos trabajaban, otros (yo) no. Era una camaradería como cualquier otra que había comenzado con un gusto afín por la literatura. En el año 2000 me fui a Tegucigalpa, donde viví cinco años, y perdí contacto con la mayoría de ellos hasta que regresé a San Pedro en 2005. Desde ese año acostumbro reunirme con Madrid a conversar y hablar de esto y de lo otro.
Ha transcurrido mucho tiempo, desde que empezaste a mostrarte como narrador, hasta ver publicado Final de invierno, tu primer libro de cuentos. Aparte de las normales dificultades para publicar en Honduras, ¿existía alguna otra razón para retrasar la aparición de ese libro?


Sencillamente no me interesaba publicar un libro. Sé que publicar requiere invertir dinero y no lo tenía. También sé que endeudarme por una publicación me exigiría vender la edición para pagar mis deudas y eso me desagradaba. Así que sólo escribía y guardaba mis cuentos.


Final de invierno es un libro en el que, como dice Helen Umaña en la contraportada de la primera edición de 2008, "cada relato se dispara en múltiples preguntas". ¿Cuáles son las preguntas que más te interesa hacerle al lector?


Cuando escribí esos y otros cuentos no pensé nunca en el lector. Da algo de vergüenza confesarlo, pero ni modo. Generalmente se me venían una o dos, con suerte tres imágenes a la cabeza e intuía que estaban unidas por un nexo. Luego esperaba el momento en que el nexo se hacía más aparente y llegaba el momento de hacer que esas imágenes encajaran por medio del lenguaje. El lector, por desgracia, no entraba en mis cálculos. También podría decirse que soy mi único lector. ¿Por qué no? Al principio fue así porque nadie más que yo leía mis cuentos. Luego, cuando se los mostré a mis amigos, de alguna manera seguí siendo mi único lector porque de hecho no sabía qué reacciones esperaba de ellos al leer lo que yo escribía. Vi en mis amigos mi propio reflejo y me di cuenta de que ni siquiera yo sabía bien qué reacciones esperaba que me causaran... Sólo sabía que había unas imágenes -un monstruo en medio de un patio desolado, una mujer vestida de blanco en una habitación a oscuras- y que debía buscar palabras adecuadas para unirlas. Eso era todo. No tenía intenciones pedagógicas ni metafísicas ni filosóficas. Lo único que me quedaba era crear el mejor lenguaje del que pudiera echar mano para que esas imágenes no quedaran rodando por ahí porque eso me habría hecho sentir mal. Al final, supongo que el lenguaje es lo que me llama la atención. Si soy un reflejo de mis hipóteticos lectores, puedo decir que más que hacer preguntas hago lenguaje.


En tus cuentos ocurren siempre situaciones extrañas y ambiguas, que pocas veces tienen explicación o encuentran resolución. ¿Es ésta tu intención al escribir o a medida que escribís va manifestándose la voluntad del texto?


Me dejo dominar por las imágenes y el lenguaje y de ahí va saliendo todo... Creo que es una combinación de ambas cosas: voluntad de unir las imágenes y sometimiento a esas imágenes. La realidad cotidiana es tan ambigua, extraña e inexplicable como cualquier cuento. A veces más. Sólo hay que ver una hora de noticieros. Muchas cosas quedan sin resolver en la realidad de todos los días, en la que camino, como y trabajo. Me atrevería a decir que en ella no se resuelve nada, que cada cosa que hacemos está como preñada de incertidumbre. Desde ese punto de vista, un cuento que parezca cerrado y resuelto puede ser considerado una estafa o una muestra de voluntad creativa que escapa a la tiranía de lo cotidiano. Sería una estafa porque nos mostraría una realidad en la que A lleva a B, aunque en la realidad es usual que A lleve a C o a F, o a ninguna parte. O sería una imposición del autor, libre de toda atadura "real", precisamente porque se niega a dejar las cosas sin resolver y en cambio presenta situaciones que llevan a desenlaces deseables o lógicos. Un poco en broma, diría que esos cuentos que publiqué son rigurosamente realistas porque en ellos nada queda resuelto.


La eterna pregunta: ¿La trama o el estilo? ¿Lo que se cuenta o la manera en que se cuenta?


Imagino que al escribir "estilo" te referís a la sintaxis, a la extensión y la "música" de las frases, a los párrafos, al léxico. Nunca he pensado en una trama y en cambio sí he pensado en el lenguaje, como te dije antes. Si se me permite decir que el lenguaje se relaciona más con el estilo que con la historia que se cuenta, entonces es posible que al escribir esos cuentos me llamaba más la atención el estilo que la trama. Pero me gustaría escribir narraciones con tramas que "atraparan" a un lector. Hablo así porque en realidad me agradan mucho esa clase de libros de tramas bien trabadas; por ejemplo, algunas novelas policiales. Recuerdo una novela que no es policial, Middlemarch, de George Eliot. Es una extensa novela costumbrista, con varias tramas que se entrelazan y que me causaron enorme placer. Así que como lector me gusta eso y quisiera imitarlo algún día.


¿Cuál ha sido tu manera de buscar un estilo propio? ¿Lo has encontrado?


No he buscado un estilo, pero sí he buscado escribir lo mejor que he podido. No sé si he tenido suerte…


¿Qué importancia tiene la palabra “Honduras” en tu obra? ¿Te importa mucho que nuestro país figure como escenario en ella?


Aunque esa palabra no apareciera nunca en un relato mío, tiene mucha importancia porque acá vivo, ¿no? Escribo bajo el calor de San Pedro, en una colonia en la que asesinan a alguien distinto casi cada semana. ¿Cómo podría escapar de eso? Si escribiera un cuento sobre dos astronautas chinos que viajan a Júpiter, lo escribiría en este calor apremiante, luego de haber comido frijoles con arroz y tortillas, mientras de fondo se oyen los noticieros hablando sobre una amenaza de hambruna en algún pueblo de Choluteca o Valle. Más tarde iría a dar un paseo por el mercado El Rápido, siempre bajo el sol quemante… y sentiría el olor de verduras fermentadas y de sudores. Si ando suficiente dinero, podría entrar en un café del centro y miraría por las ventanas a los vendedores de chica y a los cambistas, a los travestis y las putas jóvenes. Si voy a otro café lejos del centro, oiría a los viejos que critican las movidas del gobierno nacionalista, la situación de los colegios magisteriales y lo del aumento al mínimo. Todo eso, que es Honduras, estaría de fondo y hasta de escenario tácito en el relato sobre dos chinos que viajan a Júpiter.


¿Cuáles serán las principales diferencias de tu próximo libro de cuentos con respecto al primero?


Tengo varios cuentos por ahí y todos son tan ambiguos como los del libro que publiqué. En eso se parecen bastante. La diferencia estaría en cómo los ordenaría y les daría una especie de continuidad como conjunto. En Final de invierno lo que hice fue juntar varios relatos en los que apareciera el agua, más que todo en forma de lluvia. Salvo en el cuento titulado “Monstruo”, donde lo que hay es frío y no lluvia y por eso lo puse en medio del libro. Empleé otras maneras de lograr la continuidad de un cuento a otro, pero no vale la pena mencionarlas. Si publico otro libro de cuentos, los nexos entre las historias serían distintos, ya no sería el agua… creo que ésa es la diferencia primordial.


Te hemos oído hablar de una novela que estás escribiendo. ¿Cómo va ese proyecto?


Es cierto. Estoy escribiendo un texto extenso que tiene la apariencia de una novela. Es un relato que superficialmente cuenta una historia de policías, putas y ladrones, pero en el fondo es sobre vigilancia y más en el fondo es sobre voyeurismo, sobre verse unos a otros por miedo, por prevención, por deseo, etc. Como sé que soy haragán, me decidí a escribir todos los días una cuota. No diré que respeto ese método, pero lo he intentado y llevo más de mil páginas manuscritas. Creo que será una novela de unas 400 ó 450 páginas. Algo así.


¿Por qué la decisión de pasar, al menos por el momento, del cuento a la novela?


Sólo quería probar si puedo escribir una novela… y la mera verdad es que todavía no estoy seguro de que puedo hacerlo, pero en eso estoy.


¿Qué sensaciones te produce el hecho de estar escribiendo una novela? Me refiero a sensaciones que quizá no tenías cuando escribías sólo cuentos.


Siento más libertad. Un cuento es más difícil porque exige ser conciso. En una novela puedo explorar más a fondo. En el cuento se me ocurría algo que parecía interesante pero me decía “mejor no, si pongo esto se alargaría mucho, nunca lo terminaría”. En una novela no es así. También he tenido que ser algo disciplinado. No mucho. Es malo excederse en todo.


¿La escritura de esta novela, que por lo que hemos oído será algo extensa, ha alterado de alguna manera el ritmo de tu vida?


No tanto. Sencillamente las dos horas que antes dedicaba a vagabundear ahora las paso escribiendo un poco para ir avanzando. De alguna manera es ganancia porque aprendo a ser responsable a una edad avanzada, pero por otro lado es dañino porque no hay actividad más ilustrativa que andar de vago.


¿Se llevan bien tu trabajo como corrector de textos en un diario y tu voluntad de escribir ficciones? ¿Llega a afectar lo primero a lo segundo?


Hago ese trabajo mecánicamente para que no me moleste demasiado. Sí me daña los ojos, que se enrojecen más que antes. Leer libros se ha vuelto más difícil porque paso leyendo noticias seis horas seguidas, pero lo compenso viendo muchas películas. Ayer mismo vi La casa de las ventanas que ríen, muy buen filme de terror del director italiano Pupi Avati.


¿Habrá siempre motivos para seguir escribiendo o esa voluntad depende de las circunstancias?


Espero que siempre haya motivos porque escribir es algunas veces entretenido.